martes, 14 de septiembre de 2010

Breaking Bad y el efecto mariposa

Uno de los elementos más ansiados por el hombre es la seguridad, la estabilidad en su vida diaria. Y, gracias a Dios, nos resulta relativamente sencillo encontrarla si vivimos en sociedad. Tan sólo debemos seguir las normas.
Las reglas son una especie de pautas sociales, como una manual de instrucciones para vivir en sociedad. “Cumpla la ley y la ley cumplirá con usted”. Además, quienes siguen estrictamente el mandato de las normas pueden eximirse de pensar en sus deberes como ciudadano. Las reglas marcan nuestros derechos y, por lo tanto, nuestros deberes. Esto nos otorga cierta seguridad ya que, si seguimos lo estipulado, las consecuencias que se deriven de ello no nos sorprenderán.
Pero, ¿qué ocurriría si nos saliéramos del esquema?, ¿si desafiáramos lo convenido socialmente? Breaking Bad, en parte, muestra esa idea.



He acabado de ver la tercera temporada y me ha parecido excelente. Si hay que achacar algo a la segunda temporada es el modo en que se cierra, utilizando el clásico Deus ex machina. En ésta, el final se deduce de la lógica de la propia trama.
Sin embargo, la grandeza de Breaking Bad reside en la originalidad de su propuesta, y en cómo los guionistas saben reaprovechar la idea a lo largo de las temporadas sin que pierda fuerza. Walter White, un profesor de química de instituto, es una persona frustrada porque considera que la vida no le ha sonreído. Tiene dificultades económicas, su trabajo no le realiza, su hijo padece una especie de parálisis y parece que no es feliz con su matrimonio.
Es entonces cuando le detectan un cáncer de pulmón terminal. Walter decide fabricar metanfetamina para que su familia disponga del suficiente dinero para vivir cuando él ya no esté. Se sale de las normas porque considera que la sociedad no ha sido justa con él.
¿Cuál es el precio? Si no se respetan las reglas, las consecuencias pueden ser del todo imprevisibles, del mismo modo que el simple aleteo de una mariposa puede provocar grandes cambios meteorológicos en el otro extremo del mundo. Y lo más trágico de la situación es que, una vez fuera de los esquemas sociales, ya no se puede volver a ellos para solucionar los problemas.
Walter White tiene que enfrentarse con fuertes dilemas morales, situaciones límite que no sólo le desgastan a él, sino que también salpican a sus seres queridos. Breaking Bad es la expresión poética del efecto mariposa. Y, a medida que transcurre la serie, el aleteo del insecto es cada vez más fuerte.
Para más análisis, no dejen de consultar el blog de Diamantes en serie.

martes, 7 de septiembre de 2010

Sillas y mesas

“Cógeme el abrigo, está colgado encima de la mesa”. Si a uno le dicen tal cosa, posiblemente pensará que le están tomando el pelo, que la otra persona se ha confundido o simplemente que se ha vuelto loca. Porque una mesa es una superficie elevada del suelo que sirve, entre otros usos, para disponer elementos sobre ella, no para colgarlos. Una silla, en cambio, sí puede tener esa función. Podríamos responder: “Mira en el diccionario qué es una mesa y luego me dices”.


Hablar con los demás significa comunicarnos, y para que eso ocurra, debemos utilizar un mismo idioma. Imagínense que un chino y un senegalés que sólo conocen su lengua autóctona se reúnen para leer en español El Quijote y luego conversar sobre su aventura. Aparte de que su coloquio no será muy fructífero, no entenderán nada, y su experiencia será más confusa que la del ingenioso hidalgo con los molinos.

¿Qué ocurriría si yo le llamo mesa a lo que usted conoce como una silla? Pensaría que estoy majara. Si tal confusión se diera en más palabras además de estas dos, no podríamos conversar. En el supuesto caso de que yo no tuviera ninguna relación con usted, nos marcharíamos cada uno por nuestro lado, es decir, estaríamos en una especie de tregua indefinida. Hasta aquí ningún problema. Usted seguiría una vida normal mientras yo me sentaría todos los días en la mesa para comer los alimentos de la silla. Pero, ¿qué pasaría si existiera algo que nos relacionase?, ¿si yo quisiera algo de usted? Pues que entraríamos en conflicto. Y aunque pactáramos una tregua, al final volvería la confrontación.

ETA está en tregua. Pero no hablamos el mismo lenguaje que ellos. Para estos asesinos, el País Vasco y España son conceptos que se refieren a realidades distintas. El País Vasco suyo y el nuestro no son el mismo. Igual ocurre cuando utilizamos la palabra “España”. Cuando ellos reivindican sus intereses en nombre de un supuesto “derecho”, no sólo no podemos entenderles, sino que además afectan a nuestras vidas. Y surge la violencia.

Para los terroristas, un ciudadano de Bilbao no es español, y aunque él sí se sienta, no puede expresarlo abiertamente llevando una bandera, porque puede que le quemen el coche. Y, si encima se trata de un vasco que trabaja en los cuerpos de seguridad, tendrá que convivir con el miedo, ya que los asesinos no preguntan, simplemente matan. ¿Les parece que he puesto ejemplos radicales? Ojalá fuera así.

Ni diálogo ni tregua. Es imposible establecer comunicación entre dos que entienden cosas distintas cuando utilizan los mismos vocablos. Queda, por lo tanto, el conflicto. Ésa es la única verdad que subyace debajo de todo discurso demagogo o interesado que hable de tregua. Demagogo, porque no la quieren; interesado, porque buscan entrar en las elecciones municipales o rearmarse, vaya usted a saber.

Y la confrontación persistirá mientras estemos los dos. Así de simple. ETA ya ha declarado diez treguas. Ha matado a 858 personas. Y, lamentablemente, estas cifras no son estáticas, por el conflicto y por lo que persiguen. No le damos el mismo sentido a las palabras, así que es inútil hablar de diálogo o tregua. Si queremos la paz, el fin sólo puede ser uno. Y, como bien saben, ésta no es una mera discusión entre sillas y mesas.