lunes, 8 de noviembre de 2010

Coherentes

 
Son pocos. Un sector reducido que a golpe de imagen ha reclamado espacio en los medios para que el mundo entero pueda verles. Su estrategia no ha consistido en poner encima del tapete argumentos sólidos, o al menos, con una cierta estructura. Ha sido un simple griterío.

El jueves hubo sendas manifestaciones en Santiago y Barcelona en contra de la visita del Santo Padre. En la primera se congregaron 200 personas, según la Policía Nacional. En Barcelona sólo fueron algunas más. Aducen que Benedicto XVI no paga los costes de su visita. Como estamos en un Estado aconfesional y no todos los españoles son católicos, concluyen que es injusto que el gasto de la visita provenga de las arcas públicas. Visto así, es una posición que, aunque no comparto, me parece legítima.  

La coherencia es algo que valoro mucho en una persona. Ser coherente significa, tal y como yo lo veo, actuar según se piensa. Y aunque la acción resultante no sea de mi agrado, respeto a estas personas siempre que no vulneren los derechos fundamentales, porque quien es coherente con sus ideas es dueño de sí mismo. En el caso contrario, son esclavos, unas simples marionetas que actúan siguiendo las directrices de otros sin que ellos se den cuenta.


 Quien critica la visita del Papa porque se sufraga con dinero público, también debería oponerse con la misma dureza a los demás actos que se organizan gracias a los bolsillos de todos y que sólo representan a unos pocos. Deberían, por ejemplo, quejarse cuando los sindicatos convocan una manifestación o cuando se paraliza una ciudad por un desfile del orgullo gay. Eso, para mí, sería lo que haría una persona coherente.

Pero no es así. Además, una diferencia fundamental  respecto a la visita del Santo Padre es que Benedicto XVI es un jefe de Estado, y como ocurre con sus homólogos que pisan el país, el gasto corre a nuestra cuenta. Tirando de memoria, no recuerdo a nadie protestar por los costes que ha conllevado la presencia de otros mandatarios extranjeros.

Hay otros, en teoría demócratas, que cargan contra Benedicto XVI porque tiene una forma de entender el mundo distinta a la suya. Pero lo que me ha parecido más alarmante es que el secretario de Inmigración de la Generalitat, Oriol Amorós, haya tildado de retrógrado al Santo Padre, poniéndolo al mismo nivel que el imán de Lleida. No me detendré en este asunto porque supondría otorgarle seriedad al señor Amorós.

Otros se oponen al Papa porque dicen que vulnera los derechos humanos. En este caso no puedo comentar nada, porque no sé cómo sostienen algo así. En cualquier caso, si son coherentes me sentaré con ellos para descubrir sus razones. Pero, como se trata de gente consecuente que defiende los derechos humanos, puede que el día que vaya a buscarles a su casa para charlar sobre el tema no encuentre a nadie, porque estén manifestándose por Gilad Shalit, el israelí secuestrado hace cuatro años por Hamás. Y si no sé a dónde ir, como son coherentes, les veré frente a la embajada de Irán protestando por Sakineh Ashtiani, condenada a morir lapidada por haber cometido adulterio.


  Aunque me temo que este tipo de personas, como el señor Amorós, no actúan así. No son coherentes. Lo que me lleva a preguntarme: ¿por qué se oponen de un modo tan radical a la visita del Santo Padre? Entonces me acuerdo de las primeras palabras del Papa cuando aterrizó este sábado en Santiago sobre el laicismo y anticlericalismo que existe en algunos “guetos” de España. ¡Ah, eso es! Así que, después de todo, se trata de odio. Según ellos coherente, por supuesto.

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