miércoles, 5 de enero de 2011

Entrar en el club

Se han cumplido tres días desde que entró en vigor la nueva "Ley de Espacios Públicos Libres de Humo". Algunos restaurantes y bares han hecho caso omiso de la normativa. Los más listos han aprovechado las cámaras de televisión para promocionar gratuitamente sus establecimientos con carteles de lo más llamativos. ¿A qué es debida esta reforma? ¿Es justa?


Cuando se quiere entrar en un club o grupo siempre se suele emular a los que lo forman. Es simple protocolo social. Si por ejemplo un adolescente desea formar parte del selecto grupo de “niños malos” de un colegio suele imitar su forma de vestir, de hablar, de actuar y de no pensar. Lo mismo en el caso de una chica que busca unirse con otras que acuden prematuramente y con ropa poco folclórica a locales de ocio nocturnos.

Es una forma de integrarse. Si lo haces mal o no gustas quedas excluido. Y esta actitud no sólo es propia de los jóvenes, sino que también la ejercen los adultos y los gobiernos. Para nuestros vecinos europeos el fumar en espacios públicos es algo arcaico, impropio de una nación del siglo XXI. Con la mala reputación que tenemos debido en parte a nuestra economía, cualquier pequeño detalle que nos acerque a ellos supone un gran paso para que nos traten de igual a igual.

Quizás parezca impropio por mi parte dudar de la buena fe de los políticos. Incluso algunos me considerarán un cínico. Pero le he dado algunas vueltas y no consigo encontrar una explicación más convincente.

La ley anterior ya disponía de espacios libres de humo. Según esa norma, en los locales de más de cien metros podían construirse salas para los fumadores. El único problema que le encontraba es que en los establecimientos más pequeños el propietario debía decidir si allí se podía fumar o no, por lo que había lugares en los que era imposible estar sin respirar humo. Pero a pesar del punto anterior (que se podría haber cambiado), la norma era justa. Los que querían darle al cigarrillo podían hacerlo sin que eso perturbase a los de pulmones limpios (entre los que me incluyo).


Si la ley hubiera actuado como era debido, la convivencia entre las dos partes habría sido posible. Pero no fue así. Y uno de los motivos que han impulsado esta reforma ha sido precisamente la falta en el cumplimiento de la anterior, lo que me lleva a dos conclusiones.

La primera, que la causa del mal funcionamiento de la norma estaba en la poca dureza de las autoridades en procurar que se obedeciera. La segunda, que si no fue efectiva porque resultaba imposible supervisar todos los establecimientos, obligar a los propietarios a adaptarse a la ley o vaya usted a saber qué, hacer que esta nueva reforma se cumpla será algo épico.

Puede que por esto la ministra Pajín ha animado a los ciudadanos a denunciar a los fumadores que no sigan las reglas. A pesar de su intención, no creo que funcione. Aparte de que podría crear climas sociales conflictivos y aumentar nuestra sensación de que nos están observando, hay quienes opinan que seguir la voluntad del gobierno no lleva a buen puerto. Por ejemplo los hosteleros responsables que en su día se gastaron miles de euros en reformas en sus locales para adaptarlos a la normativa. Ahora se dan cuenta de que tiraron el dinero, por lo que quizá pensarán: “obedece al gobierno y saldrás perdiendo”.

Pero ya estamos un paso más cerca de ingresar en el selecto club de los europeos de primera. Sólo queda solucionar la situación de las cajas, disminuir el déficit público, y unas pocas minucias más. Si se consigue tal hazaña, únicamente faltará aprender inglés.

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